El Mundo - "Siniestro total"


MADRID.- Empezó avasallada por la urgencia de Portugal y acabó dominando cuando era ella la que se achicharraba. El caso es que esta vez no superó ni siquiera la primera fase al caer con su vecina (0-1) en un partido en el que le valía un simple empate. Un gol de Nuno Gomes en el arranque del segundo acto condena a España a su lugar de tradición en la alta competición: el purgatorio de los 'favoritos' que nunca se confirman.

Se reeditó un clásico archileído e intemporal, que va por incontables ediciones. Pero esta vez ni árbitros ni gaitas que valgan: será la incapacidad genética de los futbolistas bajo esta bandera para manejarse en situaciones de alto riesgo y de entrenadores que dicen tenerlo muy claro y acaban con empanadas mentales. ¿O será que canjeamos los colores de club por los patrios 15 días cada 4 años y creemos ser los mejores y además unos campeones? Otra cosa es la cuestión de la identidad. España, a diferencia de Alemania, Italia, Holanda etc etc no tiene modelo propio: no sabe a lo que juega por encima del sabio de turno que ocupe el cargo.

Empezó mandando la urgencia de Portugal, que empotró a una España sin agresividad en su área, la achicó, la desnudó casi por completo al quitarle la pelota. La aplicación del motor diesel de Figo por la izquierda, el altísimo rendimiento de Cristiano Ronaldo pegado al linier derecho y el dinamismo febril por el centro del geniecillo de la lámpara, Deco, fueron de manual, barriendo de lado a lado todo el frente de ataque. Mención especial requiere la actividad de dinamitero del ex marginado luso, un carpanta que cuando tocó balón abrió grieta tras grieta con pases al hueco o por su inventiva en el regate. Ni Albelda ni Xabi Alonso, sonámbulos, le hicieron frente.

Portugal siempre dio la sensación de meter una velocidad más que sus vecinos ibéricos, reducidos a la nada ante el intenso despliegue en rojo y verde, incapaces de poner una pausa ante tanto ritmo. Menos mal que esos vecinos no disponen de uno de esos imponentes centrodelanteros para convertir lo que inventa su tridente de atrás. Pauleta es un tirillas que vive del error ajeno, pero no un rompedor de área, un animal de costumbre con el gol.

España no supo encontrar el balón en la primera mitad y cuando lo tuvo en la segunda fue porque no le quedó más remedio, se lo dejaron prestado. Se desintegró al tener cortadas las líneas de abastecimiento: Xabi Alonso y Albelda no dieron abasto ni abastecieron. El Raúl más confuso que se recuerda, bajaba y bajaba, pero la llave del laberinto seguía perdida porque los extremos estuvieron sellados. La línea de doble presión portuguesa con los pegajosos Maniche y Costinha al mando, en la que incluso se incrustaba Pauleta, estuvo perfectamente sincronizada en los apoyos. El balón dividido siempre cayó en un portugués.

A Joaquín le esperó Nuno Valente, que debe haber estudiado cada pieza de sus bicicletas, enseñando siempre su lado más fuerte. Lo dejó seco, porque las pocas veces que lo esquivó soltó la patada y listo, como ocurrió en la otra orilla con Vicente, superado por Miguel en uno y otro campo. Aún así, los de Sáez se sacudieron el letargo en alguna conexión aislada de Alonso con Torres. Raúl mandó a la basura un par de acciones dignas de mejor fin y el propio Torres pifió un remate limpio de córner. En el área española, el debutante Juanito, siempre atento, apagó muchos fuegos. Sobrevivir, como no se debe, en el alambre con tiros milagrosamente rechazados.

En el segundo acto, ya con Portugal con menos resuello y con Figo abrigado por el centro, España cometió el error de creerse indemne a la desgracia, la señora que siempre le persigue con saña. La sensación era bajo control cuando el madridista conectó de primera en la frontal con el recién entrado Nuno Gomes. El delantero del Benfica se revolvió en un palmo y enganchó un sopapo raso que mandó a España a llorar sus penas al purgatorio de siempre.

Los de Sáez respondieron como los boxeadores sonados, rabiosos, pero con la cabeza ausente de lógica dentro del campo, la misma que le faltó a Sáez fuera. A la siguiente, el Raúl más torpe imaginable se enredó de mala manera con otro cabezazo limpio y Torres, tras un preciso desmarque de ruptura, estrelló en el palo el magistral pase de Albelda al interior. Las desgracias se amontonaron y las prisas, los fantasmas empezaron a visitar la cabeza del técnico.

Luque salió por Joaquín, ¡en la derecha!, y nada más entrar despilfarró una soberbia jugada de tiralíneas que mereció premio gordo. Su vaselina sobre Ricardo no llevó ni la dirección ni la fuerza adecuadas porque su pierna derecha es de palo, le sirve de apoyo, nada más, y Sáez pasó por alto ese pequeño detalle. Tan Increíble como ridículo.

Imposible tener peor suerte cuando Scolari fortificó aún más su dique de contención. Las ocasiones, el empalme de Vicente, el cabezazo de Juanito al palo, se amontonaron a la misma velocidad que los delanteros. España en versión desesperada. Como repite machaconamente el cuento, nunca ganó a un anfitrión en un torneo de los grandes (el último gol data del Brasil 50 con una derrota por 6-1) y siempre se cayó con y sin honor cuando más ilusión despertaba. Al final, todo estaba perdido, todo hijo de vecino volcado en primoroso desorden, aunque los portugueses no hurgaron más en nuestra impotencia histórica al fallar varias contras de fiesta. Punto y final de otra apología del desastre.Siniestro total

ÁNGEL GONZÁLEZ
MADRID.- Empezó avasallada por la urgencia de Portugal y acabó dominando cuando era ella la que se achicharraba. El caso es que esta vez no superó ni siquiera la primera fase al caer con su vecina (0-1) en un partido en el que le valía un simple empate. Un gol de Nuno Gomes en el arranque del segundo acto condena a España a su lugar de tradición en la alta competición: el purgatorio de los 'favoritos' que nunca se confirman.

Se reeditó un clásico archileído e intemporal, que va por incontables ediciones. Pero esta vez ni árbitros ni gaitas que valgan: será la incapacidad genética de los futbolistas bajo esta bandera para manejarse en situaciones de alto riesgo y de entrenadores que dicen tenerlo muy claro y acaban con empanadas mentales. ¿O será que canjeamos los colores de club por los patrios 15 días cada 4 años y creemos ser los mejores y además unos campeones? Otra cosa es la cuestión de la identidad. España, a diferencia de Alemania, Italia, Holanda etc etc no tiene modelo propio: no sabe a lo que juega por encima del sabio de turno que ocupe el cargo.

Empezó mandando la urgencia de Portugal, que empotró a una España sin agresividad en su área, la achicó, la desnudó casi por completo al quitarle la pelota. La aplicación del motor diesel de Figo por la izquierda, el altísimo rendimiento de Cristiano Ronaldo pegado al linier derecho y el dinamismo febril por el centro del geniecillo de la lámpara, Deco, fueron de manual, barriendo de lado a lado todo el frente de ataque. Mención especial requiere la actividad de dinamitero del ex marginado luso, un carpanta que cuando tocó balón abrió grieta tras grieta con pases al hueco o por su inventiva en el regate. Ni Albelda ni Xabi Alonso, sonámbulos, le hicieron frente.

Portugal siempre dio la sensación de meter una velocidad más que sus vecinos ibéricos, reducidos a la nada ante el intenso despliegue en rojo y verde, incapaces de poner una pausa ante tanto ritmo. Menos mal que esos vecinos no disponen de uno de esos imponentes centrodelanteros para convertir lo que inventa su tridente de atrás. Pauleta es un tirillas que vive del error ajeno, pero no un rompedor de área, un animal de costumbre con el gol.

España no supo encontrar el balón en la primera mitad y cuando lo tuvo en la segunda fue porque no le quedó más remedio, se lo dejaron prestado. Se desintegró al tener cortadas las líneas de abastecimiento: Xabi Alonso y Albelda no dieron abasto ni abastecieron. El Raúl más confuso que se recuerda, bajaba y bajaba, pero la llave del laberinto seguía perdida porque los extremos estuvieron sellados. La línea de doble presión portuguesa con los pegajosos Maniche y Costinha al mando, en la que incluso se incrustaba Pauleta, estuvo perfectamente sincronizada en los apoyos. El balón dividido siempre cayó en un portugués.

A Joaquín le esperó Nuno Valente, que debe haber estudiado cada pieza de sus bicicletas, enseñando siempre su lado más fuerte. Lo dejó seco, porque las pocas veces que lo esquivó soltó la patada y listo, como ocurrió en la otra orilla con Vicente, superado por Miguel en uno y otro campo. Aún así, los de Sáez se sacudieron el letargo en alguna conexión aislada de Alonso con Torres. Raúl mandó a la basura un par de acciones dignas de mejor fin y el propio Torres pifió un remate limpio de córner. En el área española, el debutante Juanito, siempre atento, apagó muchos fuegos. Sobrevivir, como no se debe, en el alambre con tiros milagrosamente rechazados.

En el segundo acto, ya con Portugal con menos resuello y con Figo abrigado por el centro, España cometió el error de creerse indemne a la desgracia, la señora que siempre le persigue con saña. La sensación era bajo control cuando el madridista conectó de primera en la frontal con el recién entrado Nuno Gomes. El delantero del Benfica se revolvió en un palmo y enganchó un sopapo raso que mandó a España a llorar sus penas al purgatorio de siempre.

Los de Sáez respondieron como los boxeadores sonados, rabiosos, pero con la cabeza ausente de lógica dentro del campo, la misma que le faltó a Sáez fuera. A la siguiente, el Raúl más torpe imaginable se enredó de mala manera con otro cabezazo limpio y Torres, tras un preciso desmarque de ruptura, estrelló en el palo el magistral pase de Albelda al interior. Las desgracias se amontonaron y las prisas, los fantasmas empezaron a visitar la cabeza del técnico.

Luque salió por Joaquín, ¡en la derecha!, y nada más entrar despilfarró una soberbia jugada de tiralíneas que mereció premio gordo. Su vaselina sobre Ricardo no llevó ni la dirección ni la fuerza adecuadas porque su pierna derecha es de palo, le sirve de apoyo, nada más, y Sáez pasó por alto ese pequeño detalle. Tan Increíble como ridículo.

Imposible tener peor suerte cuando Scolari fortificó aún más su dique de contención. Las ocasiones, el empalme de Vicente, el cabezazo de Juanito al palo, se amontonaron a la misma velocidad que los delanteros. España en versión desesperada. Como repite machaconamente el cuento, nunca ganó a un anfitrión en un torneo de los grandes (el último gol data del Brasil 50 con una derrota por 6-1) y siempre se cayó con y sin honor cuando más ilusión despertaba. Al final, todo estaba perdido, todo hijo de vecino volcado en primoroso desorden, aunque los portugueses no hurgaron más en nuestra impotencia histórica al fallar varias contras de fiesta. Punto y final de otra apología del desastre.

Publicado por Manuel 03:43:00  

0 Comments:

Post a Comment